(Redacción) «Lo que se ve no se pregunta», dijo alguna vez Juan Gabriel. La frase es elemental en «El poder del perro» de la neozelandesa Jane Campion donde, desde el principio el espectador tiene todos los elementos argumentales, a partir de la novela de Thomas Savage, para deducir el discurso fílmico.
Pero el espectador promedio prefiere entretenerse con una maravillosa narrativa llena de referencias que mantienen un débil, pero sustancioso western crepuscular ambientado en 1925.
La exitosa película presenta, desde la represión y el dolor, una anécdota mínima y muy atractiva sobre una sociedad machista plena de prejuicios, no solo vaqueros, de una sociedad cruel con todo aquello que es diferente.
Phil Burbank (Benedict Cunberbarch) es un macho alfa en mitad de la pradera. O al menos eso dicen las apariencias, y su compañero George Burbank (Jesse Plemons) que solapa su vida salvaje y violenta al final de una era igualmente desquiciada.
La pareja se encuentra con Rose Gordon, una excelente Kirsten Dunst, y su hijo Peter (Kodi Smit-Mcphee) y comienzan una tensa relación que solo puede tener un desenlace.
Hay espectadores de esta película de Netflix que se aferran a no querer entender la escena final, algunos de ellos se limitan a ver sin comprender, menos aceptar, lo que están viendo desde casi el principio de la pelicula.
«El poder del perro» pone sobre la mesa sus argumentos, y despues de ello Jane Campion se divierte con referencias y guiños a películas cono «Deliverance» y su famosa secuencia del duelo de banjos; «Leyendas de Pasión», por supuesto «Secreto en la montaña» y en el colmo de las so risas socarronas, a «El piano», de la misma Campion.
vea «El poder del perro», hágalo, si esposible, con sus orejuicios de vacaciones.